MinhaVida
Por: Claudia Finamore
Con la excusa de que se trata de juegos sin consecuencias, los jóvenes cometen actos violentos que pueden llegar a ser delictivos. No se trata de simples bromas entre adolescentes, aunque en muchos casos los padres o responsables no sólo los eximen de responsabilidades, sino que los animan a repetirlos con su silencio o omisión.
Los factores que desencadenan la violencia adolescente son varios y complejos. Desde la pérdida de la autoridad paterna y la dificultad en el diálogo familiar, pasando por la alienación en la escuela, seguidos por la violencia urbana, todos son causantes. Pero es innegable que una buena parte del problema se origina dentro de casa.
Lo mejor y lo peor de la naturaleza humana coexisten dentro de cada uno de nosotros. Los sentimientos más primarios (odio, envidia) conviven con los más elevados, como la solidaridad y la compasión. Lo que determina qué camino tomará cada uno de ellos es la existencia de canales adecuados para darles curso. Cabe a la familia y a la escuela ayudar al niño a transformar los impulsos en comportamientos aceptables; y a la sociedad ofrecer canales para que esa energía se direccione a objetivos elevados.
El problema con la enseñanza de valores morales es que nuestra creencia en esos valores se da en términos abstractos, pero la transmisión de aquellos se produce en gestos cotidianos. Y en muchos casos nuestros actos desmienten nuestra palabras.
Los padres exigen a sus hijos que sean íntegros, pero hacen trampa en los juegos para que los niños ganen y así estimular su autoestima. A ese paso les enseñan que sólo vale quien gana; y que hacer trampas está bien. Muchos padres confunden violencia con capacidad de liderazgo: el hijo rebelde "saber lo que quiere" o "tiene una personalidad fuerte". Otros usan la fuerza para castigar o coaccionar sin darse cuenta de que, independientemente de la intensidad del castigo físico, al pegarle a un chico se le enseña que la violencia es una forma legítima de resolver los problemas.
Algunos padres, por no tolerar la frustración de los hijos, no les imponen límites claros y coherentes. Olvidan que la frustración es parte de la vida. Los niños que no aprenden a lidiar con la frustración son impacientes, hacen berrinches y tienden a transformarse en adolescentes insatisfechos, que no soportan un no como respuesta.
La escuela tiene un papel importante en este proceso: le corresponde traducir las normas que rigen la convivencia humana y el bagaje cultural acumulado a lo largo de generaciones, de manera que los niños y adolescentes puedan entenderlos y usarlos. Al observar al profesor los alumnos miran más sus actitudes y su código de ética, por encima de su discurso.
Pero las responsabilidades de la escuela van más allá, porque todo lo que pasa dentro de sus muros está bajo sus cuidados. Sobrenombres o apodos malintencionados y juegos de mal gusto son ejemplo de situaciones que terminan por transformar el ambiente escolar en un escenario de agresiones. El profesor, sin darse cuenta, puede comportarse como aliado de los alumnos más agresivos y ser connivente con la humillación a los más retraídos.
La manifestación más extrema de lo anterior es el bullying (palabra inglesa que denomina a la práctica violenta en la cual un alumno se vuelve blanco de burlas y agresiones recurrentes por parte de sus compañeros de clase). Ese comportamiento era ignorado o desvalorizado por los prefesores y padres hasta hace pocos años, hasta que las investigaciones revelaron las graves consecuencias que acarrea para las víctimas, los agresores y los testigos de las agresiones.
Los agresores imponen por medio de la violencia, y su liderazgo sobre sus colegas es garantizado por el miedo. Si no se interviene para cambiar esa trayectoria, serán adultos impulsivos y con comportamientos antisociales. Si los jóvenes creen que no tienen nada que ver con lo que sucede a su alrededor, perderemos la oportunidad de tener un mundo mejor.Los casos de adolescentes agresores o agredidos llegan a los consultorios de los analistas o sicólogos cuando el problema ya está instalado y las consecuencias son graves. Difícilmente los padres buscan ayuda ante las primeras señales de violencia. En muchos casos prefieren negar el problema, tienen miedo a las opiniones de terceros, prefieren resolver el trastorno por sí solos o minimizan la gravedad de lo sucedido. Pero la búsqueda de ayuda profesional es muy importante para que las consecuencias del bullying se minimicen.
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