56% de población urbana vive en pobreza.

Cerca de medio millón de hogares hay en los asentamientos urbanos precarios identificados en el Mapa de Pobreza Urbana y Exclusión Social que elaboraron PNUD y Flacso, y que fue hecho público este miércoles. El estudio debería ser un punto de partida para diseñar y vigilar la ejecución de programas sociales del gobierno nacional y las municipalidades.

Rodrigo Baires Quezada

Publicado el 21 de Abril de 2010

Un poco más de dos millones de salvadoreños viven en asentamientos urbanos precarios (AUP), según revela el Mapa de pobreza urbana y exclusión social, presentado este miércoles por Facultad Latinoamericana de estudios sociales (Flacso) El Salvador y el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).

Según explicaron Carlos Ramos, director de Flacso, y William Pleitez, coordinador del área de desarrollo humano del PNUD, el mapa se elaboró a partir del cruce de la información que recogió el censo de población y vivienda de 2007. Con base en indicadores de marginalidad residencial, exclusión social y estratificación socioeconómica, el estudio hace una cartografía de la pobreza urbana en El Salvador por primera vez en la historia.

El documento identifica 2 mil 508 AUPs en 237 de los 262 municipios del país, en los que se concentraban 495 mil 981 hogares y dos millones cinco mil 681 personas. De ellos, un poco más de la mitad tienen índice de precariedad extremo y alto. 486 AUPs tienen un índice de precariedad extremo y 789, alto.

Según Carlos Ramos, parafraseando a Carlos Briones -quien fue encargado del proyecto y que falleció el año pasado pocos meses antes de su finalización-, “ahora, desde el Estado no hay excusa para no actuar”.

En este punto coincidió William Pleitez: “Sentimos que la creación de esta herramienta es como el punto de partida hacia la construcción de un indicador de pobreza más integral y más útil, tanto para formular como para evaluar y monitorear las políticas sociales”.

El presidente de la República, Mauricio Funes, quien recibió una copia del estudio, aseguró que el fenómeno de la pobreza urbana, desde el inicio de su gestión, “ha merecido (…) un tratamiento específico con la puesta en marcha del programa comunidades solidarias urbanas”.

En agosto de 2009, el gobierno salvadoreño anunció la realización de proyectos pilotos en Ahuachapán y San Martín, dos municipios donde hay 45 de los mil 275 APUs con mayor incidencia de hogares en precariedad extrema y alta. “El programa se ampliará próximamente a 25 municipios más de todo el país, precisamente municipios identificados en este mapa de pobreza como de alto riesgo”, dijo Funes.

Esta primera fase, según dijo el mandatario, pretende beneficiar a 40 mil jóvenes y mujeres jefas de hogar con un bono de 100 dólares mensuales, programas de formación y capacitación, servicio de nutrición y salud, obras de mejoramiento integral y acciones integrales para la prevención de la violencia y la delincuencia. “Como decía también Carlos Briones, ya no hay excusa para no focalizar y para no atender a los sectores que más necesitan de la intervención del gobierno”, dijo Funes.

¿Dónde debería darse esta intervención? Según explicó Pleitez, si bien el Área Metropolitana de San Salvador (AMSS) y sus áreas de influencia concentran la mayor parte de hogares y población que vive en AUPs, la mayor proporción de asentamientos en situación de precariedad extrema y alta (el 94.7%) está concentrada en centros urbanos alejados del Gran San Salvador. "La marginalidad tiende a ser mayor en la medida en que se aleja del área metropolitana de San Salvador”, dijo Pleitez.

El sentido de esa situación lo dan las posibilidades de un mejor acceso a agua potable, a servicios de saneamiento, a educación y a oportunidades laborales en la medida en que se está cerca del Gran San Salvador, que es el motor económico del país y donde se ha concentrado históricamente la inversión pública y privada. “Vivir en un asentamiento urbano precario del área metropolitana, con todas las carencias y exclusiones que generalmente lo acompañan, supone algún tipo de ventajas a las de habitar en un AUP en el interior del país”, dijo Pleitez.

Uno de los hallazgos de la investigación es que el AUP con mayor concentración de precariedad en el Gran San Salvador está ubicado en el municipio con mayor nivel de desarrollo humano del país, que es Antiguo Cuscatlán. Los Mangones es un conjunto de 62 hogares cercano a la urbanización Santa Elena, en el que la totalidad de hogares tiene dos o más de las carencias que indican precariedad.

Pero el mapeo sólo sería un primer paso. Al estar basado en la boleta del censo de población de 2007, aquellos indicadores que no fueron tomados en cuenta en ese momento no fueron incluidos en el estudio. Ese es el caso de indicadores como legalidad de la tierra, salud pública, pobreza de ingresos y violencia. “Sí hubiéramos tenido en el censo algún tipo de información sobre esto, obviamente la herramienta se fortalecería. Ahora, para determinar esto se tendría que ir a pie, comunidad por comunidad”, dijo Pleitez.

¿Cuál es el siguiente paso? “Ir a los diferentes asentamientos en los que se quiere trabajar y, por ejemplo, a ver cuál es la situación seguridad jurídica de la tierra, que en este caso es una variable crucial. ¿Si no existe esta? El desafío inmediato podría ser la capacitación de la población que ahí vive y no el mejoramiento de infraestructura de los barrios, por ejemplo. Sí se pueden hacer algunas cosas, mientras se buscan soluciones factibles para realizar el resto”, sostuvo Pleitez.

Los típicos castigos a los chicos no parecen ser demasiado efectivos.




Las nalgadas, los gritos o las penitencias, parecen servir, a veces, de poco para reducir los problemas de conducta de los niños, según un nuevo estudio.


La investigación, que involucró a académicos en seis universidades incluida la de Michigan, de EE.UU, donde se observaron las prácticas y percepciones de los castigos en seis países.


Y las conclusiones se publican en la edición de marzo/abril de la revista especializada Child Development.


Vale notar que la principal conclusión del trabajo fue que las nalgadas condujeron a más agresión y ansiedad infantil, independientemente del país, dijo Andrew Grogan Taylor, profesor asociado de trabajo social en la UM.


Entonces ¿qué deben hacer los padres y las madres para enseñar a los niños la diferencia entre lo correcto y lo incorrecto?


"Bien puede ser que las inversiones de largo plazo que hacemos en nuestros hijos, como por ejemplo el pasar tiempo con ellos mostrándoles que los queremos, y el escucharlos, tengan sobre la conducta un efecto más poderoso que cualquier forma de castigo", dijo.


El trabajo


El estudio examinó las vinculaciones de las técnicas de castigo con los comportamientos agresivos y ansiosos de los niños, en madres y niños de China, India, Italia, Kenia, las Filipinas y Tailandia.


A diferencia de otros estudios este proyecto recogió información tanto de la madre como de sus hijos. Los participantes incluyeron 292 madres y sus hijos e hijas de 8 a 12 años de edad.


Los investigadores usaron la muestra para enfocar dos cuestiones:


* Cuando se consideran al mismo tiempo múltiples técnicas de castigo ¿cuáles formas de disciplina emergen como las que tienen las vinculaciones más firmes con los comportamientos agresivos y ansiosos de los niños?


* ¿Existen asociaciones significativas entre las prácticas de castigo y los comportamientos infantiles moderados por la medida en que las madres y los niños perciben que estas prácticas son normales en sus comunidades?


Las once técnicas de castigo analizadas fueron: enseñanza sobre lo que es buena y mala conducta; hacer que el niño o la niña pida perdón; tiempo en penitencia; supresión de algún privilegio; nalgadas o bofetadas; expresión de disgusto y decepción; avergonzar al niño; gritos; retiro del afecto debido a la mala conducta, amenaza de castigo o promesa de recompensa.


Se les preguntó a las madres y a los niños acerca de la frecuencia con que otras personas en sus comunidades usaban cada una de las técnicas de castigo.


"Cuando los niños perciben que una técnica de castigo es normal en su cultura o comunidad, es menos probable que evalúen como aberrante o objetable el uso que su madre haga de ella, según el estudio.


Grogan Taylor dijo que la investigación mostró que la relación de algunos tipos de castigo con los problemas de comportamiento variaban dependiendo de cuán común sea el uso de ese tipo de disciplina dentro de la comunidad.


Sin embargo, a pesar de estas variaciones pequeñas, hubo una coherencia firme en los resultados en todos los países.


La conclusión básica es que las penitencias, el uso de castigo corporal, la expresión de decepción/disgusto y el avergonzar al niño están relacionados significativamente con mayores síntomas de ansiedad.


La agresión infantil fue resultado de las nalgadas, la expresión de decepción y las griterías, añadió el estudio.

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